Una cacerola de sabiduría

Más que un diario de vida y menos que tu mejor amiga… Tu voz interior que grita ser obedecida y tomada en cuenta.

jueves, 14 de junio de 2007

Atracción Fatal


Aún no sé si fue amor. De lo que sí estoy segura es que fue la primera vez que sentí esa clase de escalofríos. La primera vez que me sentí mujer y descaradamente deseada. Egresada de hace dos años de periodismo, estaba trabajando en un diario.
Allí conocí a un hombre que sería mi compañero de trabajo y con quien compartiría los años –acaso- más apasionados, intensos y desquiciados de mi juventud.

¿Qué tan poderoso puede llegar a ser el sexo? Estuve un año con un hombre que literal o formalmente no era mi pareja, lo único que nos aferraba era el deseo sexual que nos provocábamos. Un estímulo inevitable. Bastaba que nuestros cuerpos estuvieran a una cuarta de distancia para que empezáramos a sentir ganas y sed de acariciarnos desenfrenadamente y unirnos, aunque fuera por unos minutos.

Nunca dije ni conté a mis padres que estaba saliendo o que tenía algo con un hombre. Sabía que él no era para mí, sabía que no era lo ‘correcto’ para mi vida. También sabía que no podía contar con él cuando tenía algún problema. Era triste, pero ya me había acostumbrado y, de cierta forma, había aceptado el acuerdo implícito de una relación libre y sin compromisos de ningún tipo. Entiéndanse llamados telefónicos, comidas familiares, celebrar los aniversarios o hacer una invitación de vez en cuando a cualquier lugar. Nuestro único compromiso era el sexo. El encuentro de nuestros cuerpos, de nuestra carne. El hacernos sentir plenos, deseados, inevitablemente atractivos. Por supuesto que no era lo que esperaba a los 28 años de edad, pero esa manera de excitarnos no era fácil de abandonar o renunciar.

Nuestros encuentros eran fugaces. Pero disponían del tiempo necesario para que pudiéramos saciar nuestra sed de sensaciones que sólo el sexo y la masturbación mutua pueden ofrecer. ¿Pero hasta cuándo podríamos seguir así? Yo te juro que me podría haber enamorado perdidamente de él si tan sólo me hubiera tomado en brazo un día y me hubiera dicho ‘te amo’. No entendía lo que me sucedía. Reconozco que con él me reía como con nadie, me hubiera preocupado si le pasaba un tren por encima y cuando estaba con él, mirarlo detenidamente y prestarle atención cuando me contaba algo, no me molestaba. Pero introducirlo a mi mundo –familiar, laboral y de amistades- era algo que definitivamente no estaba en mis planes y nunca lo estuvo.

Cuando me desperté el viernes, prendí el televisor. Estaban dando el horóscopo en el matinal del canal siete. Casualmente, estaban hablando cómo sería el fin de semana de mi signo. “Escorpión está pasando por un momento de mucha pasión, una pasión desenfrenada. Pero ojo, no es amor. Así que no se le ocurra comprometerse, podría ser algo fatídico. Aproveche esos momentos fogosos, lo que no es malo siempre y cuando se tengan claras las reglas del juego”. Quedé pasmada. Retuve la respiración por unos segundos y ni siquiera pestañeé. ¿Fue una coincidencia que justo estuviera la brujita dando el horóscopo y además el mío? O, ¿era algo que tenía que escuchar de alguien desconocido? Yo lo sabía. Tenía total conciencia de que mi situación era esa. Pero me llegó a dar vergüenza, incluso me sentí intimidada, casi observada con los augurios y afirmaciones de aquella vaticinadora del canal de televisión.

Me volví adicta a las cosas relacionadas con la magia o hechicería –acaso barata-. Una mañana decidí comprar muchas revistas para tener distintas versiones de horóscopos. Me leí el tarot en Providencia y también lo consulté por teléfono. Una amiga me habló de las Flores de Bach que sirven para limpiar el aura y otra me dijo que su hermana ofrecía sesiones de reiki en su casa. Poco entendía de estas rutinas, pero estaba desesperando.
Dos veces me pidió que formalizáramos, y para ser sincera era algo que había esperado de hace mucho tiempo, pero a esas alturas ya no estaba segura de querer hacerlo. ¿Qué certeza me ofrecía aquel hombre? Nunca fuimos al teatro ni a una matinée. Nunca compartimos una once con las familias del otro. Tampoco celebramos un aniversario –acaso sabíamos la fecha-. Nunca nos hicimos un regalo, y sólo una vez fuimos almorzar juntos a un restorán de Ahumada, donde vendían completos rebalsados de chucrut, lo que más tarde hizo que pasáramos largas horas en el baño. Lo único que compartíamos era una atracción y conexión sexual que ni el tiempo, ni el lugar, ni las absurdas peleas, eran impedimento para hacer realidad las fantasías de todos los días.

El encuentro matutino en el ascensor, antes de entrar a nuestra asfixiante oficina, era el comienzo para las secreciones de nuestras partes erógenas. Bastaban sólo miradas, susurros al oído o pronunciar a distancia cosas obscenas con los labios para despertar la libido que empezaba a correr por nuestras venas. Para ser honesta, ni siquiera lo encontraba atractivo físicamente. Pero algo tenía aquel hombre que me provocaba todo y de todo y despertaba en mí lo que nunca otro había logrado. A mis 28 años, él hizo realidad todas mis fantasías y deseos más prohibidos.

lunes, 11 de junio de 2007

Sá ba do por la noche...

Su aliento era un asco. Era el típico mañanero, de esos que aturde la pasión luego de una hermosa noche cargada de sexo sin amor. La intoxicación que el aire tuvo que absorber, por culpa de un par de maníes que devoró la noche anterior a espaldas mías, fueron el desastre más grande que pudo recibir una mujer como yo, luego de una noche como aquella.

Mi cuerpo estaba helado, y acercarme a sus piernas para calentar un poco la fogosidad que se había acabado hace un par de horas, era lo mínimo que podía pedirle a ese pordiosero que me había llevado a los márgenes más candentes de pasión y sexo desenfrenado. Pero como todo hombre no pensó en mis pasiones, en mi punto G y mucho menos en cómo lo podía estar pasando cuando él cumpliera su objetivo.


Todos son iguales al momento de hablar de sexo. Nos empiezan a devorar con besos apasionados, calientes. Sus manos marcan lentamente nuestra columna con un dedo hasta llegar al mágico punto en que se vuelven nuestros únicos dueños. Mientras enfurecen nuestros deseos con caricias, cuando las ventanas de la habitación comienzan a mostrar los primeros indicios de que las cosas se salieron de las manos, cuando su respiración con la mía se envuelve y entrelaza para ser una sola y nuestros cuerpos llegan a confundirse en un antro de sexo descontrolado, cuando su pie derecho empieza a tiritar lentamente, cuando alusiones a amor, a querer y a un “te necesito” son las únicas palabras que se escuchan a lo lejos. Se altera, empieza a tocarme por todos lados, yo me dejo, sigo escuchando su respiración en mi oreja, me empiezo a aburrir, me cansa tener que estar todo el rato sobre él (siquiera tuviera los labios como los de José Alfredo Fuentes o el abdomen de Ricky Martin para por lo menos abusar de mis ídolos en la oscuridad de la noche con un mojigato bajo mis piernas.

Qué pasa ahora que abro mis ojos y mientras me corro el pelo pegado a mis párpados de tanto sudor y limpio mi entrepierna de residuos ajenos a un amor que nunca existió, descubro que mi príncipe azul estaba alejado de la idea de los cuentos de hadas. Ese tal Romeo, que me enseñó la constelación entera y la Vía Láctea, nunca tuvo los ojos de miguel Bosé ni la voz de Antonio Banderas. Nunca su pecho fue como el de algún guardián de la bahía ni mucho menos sus labios besaron tan bien como Jorge Zabaleta.


Era obvio, esos dotados personajes son la mezcla de algún científico loco, de alguna yegua que se equivocó al momento de contar los días para no quedar embarazada o simplemente lo que nuestra pantalla del televisor no alcanza a agarrar…
De un suspiro me levanté de la cama y lo dejé solo a una orilla de su lecho. De pronto comencé a tapar mi cuerpo para no despertar nuevos deseos en ese hombrezuelo que tenía la almohada marcada con una asquerosa aureola de baba y los dientes teñidos de ese maldito maní. Me volteé para no vomitar en su cara y al mirar el suelo, lamenté el perverso minuto en que acepté pasar a esa farmacia en Providencia y comprar preservativos con sabor a fruta.


Ricardo Arjona JAMÁS hubiese dejado a sus hijos que nunca concibieron un nido para alojarse 9 meses, tirados en un latex transparente junto a un calcetín lleno de hoyos y mal olor.
Una vez más lo confirmo, todos los hombres en la cama son iguales. En porte, textura y duración.

martes, 5 de junio de 2007

Como ser una otra mujer







Como ser una otra mujer



Soy María Isabel Concha, una mujer misteriosa, atractiva, intensa y muy sabia. No les revelaré mi edad (sería un atentado contra la imaginación) pero sí puedo confesar que estoy tan viva y ardiente como una joven de 25.




Soy chilena, pero mi descendencia es europea, de ahí viene mi refinado gusto por la ropa y la decoración. Tengo que reconocer que me ENCANTAN los hombres. Mayores, jóvenes, altos, bajitos, peludos o lampiños, pero no soporto a los típicos intelectuales que no conocen nada de la vida, la literatura y el sexo.

Nunca me casé. No porque me faltaran ofertas, porque debo confesarles que pretendientes he tenido toda mi vida, pero aferrarme a uno es una idea suicida. Creo en el amor a primera vista, en la teoría del clavo, en que es necesario que la mujer tome la iniciativa y en las dietas de los matinales, en el horóscopo chino, el tarot y que cada posición del Kamazutra es muy efectiva, sobre todo luego de una pelea.

Uso bikini porque creo no tiene nada que ver ni con la edad ni con la talla. Jamás he salido un martes 13 de mi casa y no me compro la maldita oferta barata de las agencias de viajes por salir a recorrer el mundo a mitad de precio un día como ese. En mi cartera no falta el diente de ajo, la pata de conejo ni el calcetín con piedras y clavos, por si algún varón me quiere asaltar o abusar de mi persona.

José Alfredo Fuentes es el hombre que me quita el sueño y el responsable de tener fantasías, para mayores de 21, cada martes del mes. En mis sueños jugamos, corremos por campos y praderas, para terminar amándonos fielmente en mi cabaña con la chimenea encendida, ardiendo en fuego pasional verdadero.
Esta soy yo. Una periodista jubilada del siglo pasado, pero que sigue vigente para criticar, analizar y dar soluciones a los temas que todos vemos pero son secretos a viva voz.
Bienvenidos y comentemos juntos sus penas, alegrías, preocupaciones o problemas de todo tipo. Ni el sexo ni la edad son un impedimento para la Sra. Cacó.
 

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